Caída en combate de Lucio Cabañas
2 de diciembre
La incertidumbre, ha sido siempre mi mejor amiga, no por mi propia voluntad, sino porque ella se aferra a nuestra existencia, así como la muerte a la vida. ¿Sabrás cuándo y dónde será tu último respiro? ¿Tendrás el valor de enfrentar tus actos, sin miedo y arrepentimiento? ¿Te aferraras a la vida, no porque ésta sea placentera y grata, sino porque sabes que aún puedes dar más? ¿Lo harías aun sabiendo, que cada minuto hasta este momento ha sido de lucha, de sacrificio, de separaciones?
¿Sería tu corazón tan grande como para albergar esperanza a pesar de mil derrotas? y aún más ¿Lo harías con alegría, sin resentimiento de ningún tipo y sobre todo con amor? Y del amor que te hablo, no es un amor sensual o restringido a un solo objetivo, te hablo del amor universal, ese amor por todos los seres y cosas, esa confianza en que la inocencia todavía existe, el amor por la naturaleza que nos alimenta. El amor por la familia que nos vio crecer, por los compañeros que nos ayudan a crecer, por los maestros que nos enseñan a ver, por el pueblo o ciudad donde morimos.
La muerte, de nuevo la muerte, Lucio Cabañas, sintió aquella mañana la certeza de que la muerte le acompañaba. Llevaba días, semanas, meses, años sintiendo su presencia. Desde el artero ataque contra su persona en aquel mitin del 18 de mayo en Atoyac, sabía perfectamente que su lucha iba a ser de vida o muerte, no había punto medio. Lucio lo aceptó, de buena gana, por cierto, porque así son las revoluciones, porque nadie cambia al mundo sin arriesgar algo, aunque ese algo sea la vida.
De hecho, no sintió miedo o temor, sino rabia e impotencia, porque aquellos agentes que iban a matarlo a él, no se inmutaron al llevarse a inocentes entre sus garras, mujeres, niños, Lucio que no sabía, sino amar miró a la muerte cara a cara, se saludaron respetuosamente sabiendo que esta no sería la primera vez y muy pronto se acostumbró a su presencia constante, la muerte se sorprendió de las mil y un formas que Lucio encontró para burlarla.
De hecho, la muerte encontró justa la lucha de Lucio, y cómo no hacerlo, cómo no estar de su lado, ella conoce mejor que nadie, la podredumbre de los hombres, sobre todo los hombres en el poder y aunque ella trabaja en los dos bandos, ella sabe lo que es la justicia y si de preferencia se trata y tuviera que ser parcial, la muerte está del lado del pueblo, de su gente, de los pobres. Aprendió a respetar a Lucio y sus ideales, incluso aprendió de marxismo y muy dentro suyo esperaba que no llegase muy pronto su último encuentro.
Ese dos de diciembre de 1974, a Lucio no le sorprendió encontrar esa cara huesuda cerca de la hamaca, mirándole fijamente, pues apenas hace dos días ya se había dejado ver, se había enfrentado con el ejército y varios de sus hombres habían caído, en Los Corales.
¿Le dolieron sus muertes? Por supuesto, eran sus compañeros, tenían familias, tenían sueños, buscaban justicia, Lucio miró sus cuerpos dolientes, sangrantes, inertes. Pero Lucio tenía un extraño don, o más bien un extraordinario don, Lucio podía transformar el dolor en esperanza, la violencia en indignación, y la muerte en vida.
No se pudo rendir, no se quería rendir y aunque ese día por la mañana, pudo ver a la muerte una vez más a la cara, supo que algo había cambiado, ese no era un día cualquiera, ese era su último día en la selva cafetalera ¿Qué hacer? Apenas un día antes había pactado la llegada de refuerzos, tenía recursos económicos que podrían armar a su ejército y podrían continuar la lucha por mucho más tiempo, tiempo, tiempo, parece que ya no tenía. El ejército agazapado en el Otatal, lo tenía cercado o eso le habían dicho.
La suya era una situación desesperada, pero Lucio no entendía de miedos vanos, la lucha y búsqueda por la justicia, se enfrenta a todo, incluso a ese último día, incluso a esa certeza de hoy darás el último respiro. Siendo está la situación, abrazó su rifle M2 y sus municiones. Se levantó como todos los días, de los últimos tiempos, con hambre y sed, pero con planes y ganas. Se encontró con sus compañeros, hablaron de la situación, si bien todos sabían que el gobierno, les estaba tendiendo un cerco, ellos planeaban rutas para evadirlos, esperaban apoyo y noticias que les proporcionarán tiempo, más tiempo.
La muerte. Lucio se preguntó si sus compañeros la habían sentido, si también les había dado la gracia de ser avisados, esperaba que por lo menos uno de ellos no la hubiera presentido, que sus ojos fríos y malditos, no lo hubieran tocado, que por lo menos alguno pudiera llevar la llama revolucionaria, más allá del Otatal, más allá de Guerrero, que el incendio del Partido de los Pobres, se extendiera por toda su patria. Si hoy era el último día de su pequeña brigada, que no fuera el último día de la revolución proletaria.
Lucio y sus compañeros, salieron con sus armas bajo el brazo, iban al encuentro de los compañeros e insumos prometidos el día de ayer con José Isabel Ramos casi eran las nueve de la mañana, estaban cerca del río y la mañana no podría haber sido más luminosa, por un breve momento olvidó todo lo que su corazón sabía, y de nuevo hizo planes y se permitió soñar, una vez más, la realidad le cayó de golpe, un sonido lejano, una explosión, otra explosión, un enjambre de balas, sangre, compañeros caídos, gritos y combate.
Lucio no se amilanó, esto no era muy diferente a otros enfrentamientos, se convenció de que incluso la muerte puede ser vencida, porque siempre hay una salida. Así que recibió a los verdugos con balas, defendió a sus compañeros con la fe de que esta no era la última vez. Pero el ataque fue feroz, la lucha totalmente desigual, sólo eran menos de diez hombres contra todo un ejército, hombres a pie y en helicóptero, bombas y rifles contra sólo diez hombres y realmente se necesitaba todo eso, porque la convicción puede más que cien hombres, el gobierno lo sabía y por eso su ataque debía ser total.
Lucio no sintió en un principio las balas, no se dio cuenta que su cuerpo se desangraba, no siente sus órganos colapsar, se recuesta sobre una piedra lisa dentro del río, quiere un momento para descansar y seguir peleando, no hay lágrimas, no hay terror, solo la certeza de que su lucha es la más justa. Una luz más cálida que la del sol, abandona el cuerpo de Lucio, y se reparte en miles de luces, en miles de chispas. ¿La sientes? Es la chispa de Lucio que te llama, lucha, es la chispa de Lucio que grita, indignante, es la chispa de Lucio que ruge no es justo.
Me levanto por la mañana y de nuevo tengo esta pregunta ¿Será hoy mi último día?
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