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La vivienda es un derecho, no una mercancía

Para nosotros es bien conocido el hecho de que nuestro sistema económico y social de producción se llama capitalismo y la mayoría hemos escuchado la famosa frase que lo define: es el sistema económico cuyo centro es la explotación del hombre por el hombre. Por supuesto, a nadie le gusta ser explotado, pero entonces ¿por qué persiste? La respuesta más común es que ressulta imposible salir de él, puesto que está en todos lados y, además, que a pesar de todos los males que encarna hemos tenido avances con respecto a otras etapas de la historia. Esto es cierto en varios aspectos, pero el sistema nos ha fallado respecto a muchos otros, incluso en lo concerniente a lo más básico, como el acceso a un hogar seguro, a un espacio propio.
De acuerdo con el artículo cuarto de la Constitución mexicana, todos tenemos derecho a una vivienda digna y decorosa; no obstante, en los hechos un gran número de mexicanos, por supuesto todos trabajadores y sus familias, no cuentan con un techo propio donde vivir.
El problema, como dijimos en un inicio, es el sistema capitalista, que se basa en la explotación. Sin embargo, solemos decir o culpar frecuentemente al gobierno, que no es sino un producto más del sistema, un ente que aparentemente interviene como conciliador o armonizador de los intereses opuestos, pero ¿puede haber armonía entre un explotador y un explotado, entre la codicia desmedida y la carencia, entre la opulencia y el hambre?, ¿puede haber medias tintas entre los que lo tienen todo y quienes no tenemos nada? Parece que el Estado opina que sí, y constantemente trata de hacer reformas o dar pequeñas dádivas al trabajador para paliar sus necesidades y demostrar que vamos por buen camino.
La cuestión de la vivienda es un ejemplo perfecto en este sentido. Aunque ya desde 1917 en la Constitución quedó esta garantía plasmada, desde ese año hasta 1972 el Estado no realizó ningún mandato formal para reglamentar ese tema y dejó en las manos de los empresarios la importante misión de vender viviendas a los trabajadores. Por supuesto, hubo avances sobre todo en las grandes zonas metropolitanas, como Guadalajara, Monterrey y la Ciudad de México. Muchos terratenientes urbanos pudieron capitalizar las primeras inmobiliarias mexicanas.
La misión del Estado fue la de dar el visto bueno al acaparamiento de unos cuantos sobre grandes terrenos comunales o baldíos, otorgar licencias y crear pequeños manuales de construcción con algunos señalamientos. También se crearon algunas casas para que pudieran rentar los trabajadores con un monto que no pasara del 25% del salario del obrero. Además, arquitectos como Miguel Ángel de Quevedo o Juan Legarreta dieron vida a diversos proyectos de construcción de vivienda obrera, proyectos muy loables que incluso crearon movimientos arquitectónicos como el funcionalista.
No obstante, en 1972 los obreros marchaban por tener acceso a una casa propia. Fue entonces cuando se creó el Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit), una alternativa que buscaba ofrecer el financiamiento necesario para que los trabajadores pudieran adquirir un hogar digno. En aquellos años, el Estado intentó tomar un papel central en el desarrollo de la economía nacional, pero sin apartarse del capitalismo. De hecho, este impulso nacionalista se hizo en contra de otras opciones económicas, principalmente en oposición del socialismo, pues fue entonces cuando movimientos como el de Lucio Cabañas y el Partido De Los Pobres estaban en plena efervescencia.
Para el Estado, una forma de asegurar el control en aquella década fue tomar las banderas proletarias como propias. En ese sentido, la cuestión de la vivienda tiene una profunda dimensión política, así lo escribe Eduardo López Moreno: por un lado, el Estado aparece como un benefactor de la clase trabajadora, así obtiene reconocimiento en su papel de “Estado unificador” o promotor del acercamiento entre clases antagónicas. La creación del Infonavit en ese momento se promovió como un avance sustancial en el proyecto económico-social del nuevo gobierno aunque, por otro lado, beneficia a los empresarios al asegurar la estabilidad del país y de sus ganancias.
Hasta este momento si bien los negocios inmobiliarios se habían expandido aún había una consciencia de que la vivienda era un bien de uso; es decir, un elemento necesario para la vida, cuya creación hacía satisfacía una necesidad. Sin embargo, con la llegada del modelo neoliberal, esa necesidad básica se convirtió en una mercancía más, en un objeto cuya finalidad no es la de otorgar dignidad y comodidad a otro ser humano, sino más bien enriquecer al burgués.
Veinte años después, en 1992, se reformó el Infonavit, y el Estado refrendó su renuncia a su papel de propulsor de la vivienda, anunciando que a partir de ese momento los recursos serían “devueltos al trabajador” para que sea él quien decida dónde y con quién comprar su casa, sea pública o privada. Es decir, permitió a las inmobiliarias meter sus garras en los recursos del trabajador. El resultado de tal política lo podemos ver hoy: durante los últimos cuatro años los precios de las viviendas no hacen sino subir. En el 2023 tuvieron una apreciación de más del 10% en todos los casos, sean casas nuevas o renovadas todas se aprecian. El sector inmobiliario está en auge, y por supuesto los bienes raíces son un gran negocio. Recordemos el ya mencionado caso de Taboada y el cartel inmobiliario en la Ciudad de México (fragua 95).
En relación con los movimientos sociales, es pertinente mencionar que la escasez o falta de vivienda propicia y alimenta movimientos clientelistas, como la famosa Antorcha Popular (la versión urbana de Antorcha Campesina) o independientes, como en su nacimiento el Frente Popular Francisco Villa.
Actualmente, 14 millones de familias mexicanas carecen de vivienda y 8.5 millones de hogares necesitan mejoras sustanciales. La situación desde 1917 a la fecha no ha cambiado mucho. Con reformas o sin reformas, la cosa sigue igual, lo cual nos debería hacer ver que con cambios legales no vamos a llegar a ningún lado. Por el contrario, se requiere un cambio de fondo, una verdadera transformación en la que el centro de la economía no sea la explotación del hombre por el hombre. No bastan pasos pequeños y titubeantes, se requiere una acción clara. No necesitamos un Estado que armonice, sino uno que desmantele el sistema completo. Te invitamos a investigar qué es el socialismo y por qué es una alternativa viable.
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