Por una universidad democrática, crítica y popular
Historia de la BUAP
A partir de los años 50 las universidades públicas fueron epicentro de muchos cambios, tales como el aumento de las matrículas, por lo tanto, se tenían que expandir las instalaciones en las mismas; un caso similar fue el de la entonces Universidad Autónoma de Puebla (UAP), que también crecía, aunque de forma dispareja a su demanda, rechazando a miles de aspirantes cada año.
No obstante, si lograbas pasar los filtros de admisión tenías que enfrentar problemas como el bajo nivel académico, derivado de la alta religiosidad de muchos de los profesores, cuyas explicaciones carecían de fundamentos científicos; pues pese a que la universidad era autónoma desde 1956 aún era influenciada por la iglesia católica. Al mismo tiempo, el gobernador Rafael Ávila Camacho mantenía controlada a la casa de estudios, mediante el Consejo de Honor órgano de gobierno a modo compuesto por profesores que además de ser sus títeres también tenían una posición política muy conservadora.
Por otra parte, la UAP era una universidad elitista, ya que había una división de patios, puesto a que los estudiantes adinerados hijos de políticos y empresarios locales tenían como privilegio estudiar en el primer patio del Edificio Carolino, que en aquel entonces albergaba a la universidad; mientras que los estudiantes de clase trabajadora estaban en el último patio, además que muchas veces tenían que trabajar para pagar las altas colegiaturas que la universidad cobraba, a pesar de que ésta era pública y al igual que hoy recibía presupuesto público.
Por el conservadurismo, elitismo y lejanía de la ciencia, la universidad tenía un gran atraso a comparación de sus homólogas. Sin embargo, la crítica inquietaba a muchos estudiantes, quienes al egresar de escuelas públicas no estaban contentos con la situación, se organizaron principalmente en círculos de estudio para compensar la baja calidad de las clases, pero además de eso, muchos de ellos militaban en organizaciones como las Juventudes Comunistas del Partido Comunista Mexicano, por lo tanto, tenían una postura política clara, donde no cabía el elitismo, y se anhelaba entre muchas cosas, una educación laica, científica y de calidad.
El fallido intento por derrocar a la triunfante Revolución Cubana con la invasión a Bahía de Cochinos a mediados de abril de 1961, provocó la indignación de muchos simpatizantes de la Revolución, tales fueron los integrantes de los círculos de estudio de la universidad poblana, quienes en una manifestación en respaldo a la Revolución fueron agredidos por policías, pero sobre todo por estudiantes militantes del Frente Universitario Anticomunista (FUA), al tachar a la marcha como comunista.
La situación provocó un descontento que condujo al despertar de los grupos progresistas de la universidad, quienes, pese a ser reducidos en número tuvieron la determinación y respaldo para tomar las instalaciones del Edificio Carolino en mayo de aquel año, en un principio, exigieron la expulsión de los estudiantes agresores miembros del FUA, pero al paso del tiempo y por las hostilidades de la derecha, se desencadenó una huelga que tuvo como objetivo la derogación de la Ley Orgánica de 1956.
Los estudiantes en esta lucha rompieron el claustro universitario, no sólo por marchar en las calles, sino porque lo hicieron codo a codo con la gente trabajadora sin importar que no fueran estudiantes, no era la primera vez que esto ocurría, ya que precisamente los estudiantes liberales habían participado anteriormente en luchas populares, como fue ir en contra al aumento de la tarifa del transporte público, del pan y del servicio de telefonía entre 1959 y 1961; por ello, el movimiento de Reforma fue la consolidación de la alianza entre los universitarios y el pueblo, quien también sentía suya a la universidad.
Así fue que el 24 de julio de 1961 se derogó aquella la Ley Orgánica, abriendo camino para la construcción de una nueva ley que hiciera efectiva la autonomía universitaria, así como asegurar la admisión de muchos aspirantes.
Bien sabemos el poder que muchas veces tiene la reacción derechista, así que su respuesta no se hizo esperar, bajo la consigna de ¡cristianismo sí, comunismo no! hicieron de todo para intentar tirar a la Reforma Universitaria y mantener a la universidad como antes, como un lastre que sólo sirviera para sus intereses.
A pesar de todos los problemas que la derecha provocó, los estudiantes organizados en conjunto con el pueblo hicieron que la Reforma avanzara con paso firme, hasta que finalmente el 22 de febrero de 1963 el Congreso del Estado de Puebla reconoció e hizo vigente la nueva Ley Orgánica, la cual hizo valer a los estudiantes como agentes activos del rumbo que tomaría su universidad, mediante la autonomía universitaria hecha realidad con el Consejo Universitario, máximo poder de la institución a partir de entonces; celebrándose al poco tiempo elecciones para dichos cargos y para quien ocuparía la rectoría, siendo Armando Lara y Parra el primer rector electo democráticamente.
Los estudiantes de aquel tiempo demostraron que sólo organizados podemos lograr grandes cambios en beneficio de la mayoría, pues durante los casi 30 años que duró la Reforma Universitaria, la UAP fue una universidad popular al no negarle el ingreso a cualquier aspirante que quisiera continuar sus estudios superiores, los planes de estudio cambiaron a fin de fortalecer una educación científica y crítica, por la cual se pagaban cuotas extremadamente bajas; además, aunque los gobiernos federales y estatales quisieron ahorcar financieramente a la UAP, no hubo pretexto para acelerar su expansión, ya que se fundaron nuevas facultades y preparatorias populares, incluso en 1969 se inauguró Ciudad Universitaria. Hoy en día los estudiantes enfrentamos grandes problemas, como el desmantelamiento de la educación de calidad; o el rechazo de las universidades públicas, justificado por la falta de espacio, siendo fácil que los rechazados sean catalogados como no aptos para estudiar, con la premisa de que el presupuesto recibido es insuficiente; esta afirmación es bastante cuestionable, ya que las universidades reciben año con año entre 7 mil y 50 mil millones de pesos como subsidio, cantidades que incluso rebasan a algunos presupuestos municipales. Como miembros de la OLEP estamos convencidos de que los estudiantes tenemos que organizarnos para recuperar nuestras universidades, no somos ajenos al pueblo sino parte de él, por ello debemos exigir una educación popular, gratuita y de calidad.
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