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La naturaleza del capitalismo

Ganancias sucias

Con el pasar de los años, el desarrollo tecnológico ha permitido acelerar la producción agropecuaria, fabril, química y también mejorar el transporte aéreo, marino, terrestre y un sinfín de grandes desarrollos industriales. Pero también al pasar este tiempo, cada estación del año se han intensificado las olas de calor, los fríos, las lluvias ácidas y las sequias.

El experto en la crisis climática David Wa- llace-Wells en su libro El planeta inhóspito: la vida después del calentamiento documentó que, en 1950, sólo cinco años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, las emisiones globales saltaron de 4,000 millones de toneladas de dióxido de carbono al año a 6,000 millones. Pero en 1989, ya sumaban 22,000 millones de toneladas, casi cuatro veces más. En 2019, el dato más reciente, el mundo emitió 36,400 millones de toneladas de este gas.

Los datos arrojados por la Secretaria de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semar- nat) revelaron que en México las emisiones de gases invernaderos del 2020 corresponden a 333.2 partes por mil millones (PPMM), un aumento de 1.2 PPMM en comparación del 2019, a pesar de que durante ese año la pandemia de la Covid-19 se encontraba en su máximo punto.

Incluso considerando que las autoridades sanitarias determinaron que ciertas industrias, al no ser prioritarias debían estar cerradas, ¿cómo podemos explicar el incremento de la contaminación? Aunque pareciera que no, el desarrollo de las fuerzas productivas, de las maquinarias, los transportes y demás infraestructura que sirva para la producción es por mucho superior a la fuerza productiva de 1950, pero incluso con todo ese avance, ¿no podemos reducir la contaminación? Y es que realmente nunca podremos hacerlo en el capitalismo.
Las potencias imperialistas, como Canadá, Suiza, Estados Unidos y otros más que conforman el G7, acusan a los países menos desarrollados de ser los principales causantes de los gases invernaderos. Si analizamos el caso particular de Canadá, una nación que es “referente” en el cuidado del medio ambiente, vemos que no habla públicamente de todas sus minas ni de la contaminación que genera en los supuestos países menos desarrollados, como México y Brasil, por mencionar dos.

A pesar de todos los estudios medioambientales y del desarrollo de tecnologías más limpias, hoy día es más caro comprar una maquina menos contaminante que mantener una máquina más contaminante. ¿Por qué? El secreto radica en la explotación laboral, en la cantidad de trabajo humano que se necesita para la fabricación de una mercancía. Éste va en relación inversa con el desarrollo de las máquinas, es decir a la cantidad de máquinas y a la calidad de las mismas que, si bien facilitan la producción de una mercancía, no son el origen de las fortunas, de lo contrario todas las empresas comprarían máquinas que reemplazaran al trabajador. Entre mayor sea el tiempo de trabajo humano invertido en la producción, tendrá un mayor valor la mercancía; y a menor tiempo de trabajo humano, tendrá un menor valor la mercancía. Sería lógico pensar que si una empresa decide fabricar de manera menos eficiente, su mercancía tendrá mayor valor, pero eso no es así porque hay un tiempo promedio que regula el tiempo de producción de las mercancías a nivel mundial. Por lo tanto, desarrollar las máquinas (fuerza productiva) supondría una cantidad menor de trabajo humano, menos valor de mercancías y un mayor volumen de las mismas, lo que desencadenaría en primer lugar una lucha entre empresarios por acaparar el mercado y por conseguir vender todo lo producido para recuperar su dinero. Pero esto también nos llevaría a otro tema que está fuera del propósito de este artículo… Si se mantiene lento el desarrollo de las fuerzas productivas, las mercancías tendrán un mayor valor, ya que se necesitará más trabajo humano para su creación y también esto significará un menor volumen de mercancías. Esta es realmente la razón por la que los empresarios no pueden dejar a un lado al trabajador de la producción capitalista y del porqué el desarrollo de las fuerzas productivas se pueden volver en su contra, prefiriendo mantenerlas en un lento desarrollo, destruyéndolas (como en la guerra) o simplemente utilizando maquinaria y herramientas de trabajo no tan desarrolladas.

La única forma de poder acabar con la contaminación es acabar con su origen, el capitalismo, que es un sistema político, económico y social que funciona a base de incrementar las fortunas de los pocos burgueses, que no tiene por interés satisfacer las necesidades humanas, sino que busca hacerlas mercancías, hacer negocios con las necesidades, a costa de la explotación laboral y la explotación de recursos naturales. Si queremos salvar a la tierra, el socialismo y la organización popular son la clave para poder mejorar las condiciones de vida, para reducir el impacto ambiental y evitar la crisis ambiental. Las luchas aisladas, las buenas prácticas en el cuidado de los recursos naturales o las supuestas energías limpias no bastan para frenar la destrucción ambiental, son un paliativo: querer hacer verde al capitalismo es como pedirle al cáncer ser benigno y no maligno.

Y no es invento nuestro, la rueda de la historia nos da la razón. Se tienen registros de 1970 (por parte de datosmacro.com) sobre la contaminación en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que se mantuvo oscilando entre 1,325 mega toneladas, hasta su caída en 1991 cuando llegó a 2,360 mega toneladas. Hoy, pese a ser la gran potencia imperialista y pese al gran avance de las fuerzas productivas, Estados Unidos tuvo emisiones en 2020 de 4,535 mega toneladas. A pesar de los 31 años que han pasado desde la desintegración de la URSS, sigue siendo un referente de que la lucha organizada, la lucha popular por el socialismo es la única vía para llevar una vida digna, es la única forma en que podremos detener verdaderamente la contaminación.

¡Luchar por la tierra, el medio ambiente y el socialismo!

¡Contra el despojo, la represión y la explotación; resistencia, organización y lucha por el socialismo!

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