Marxismo ortodoxo: clave de la lucha política
El filósofo Georg Lukács explica en su libro, Historia y conciencia de clase, a través de la teoría de Karl Marx, en concreto de la continuación que hace de la dialéctica hegeliana, la importancia de mantener un método para la investigación y la acción transformadora, al cual denomina ortodoxo.
Explica que el marxismo ortodoxo no consiste en una posición acrítica, contemplativa o revisionista, sino que, muy por el contrario, prioriza el cuestionamiento porque sus cimientos están en la dialéctica materialista, la cual es necesariamente revolucionaria.
El problema de abandonar la ortodoxia es que los otros encuadres conducen a la deformación de la teoría marxista y a una aplicación que no logra tocar las raíces de la problemática ni de la realidad social. No se llega al núcleo de los fenómenos.
Se menciona también la noción que tiene Marx sobre la relación entre la teoría y la práctica, al respecto dice: “No basta con que la idea reclame la realidad; también la realidad tiene que tender al pensamiento”, entonces es necesaria unidad de la conciencia y la realidad; solo así nace la determinación del proletariado para la lucha.
El proletariado existe porque son las condiciones materiales las que lo originaron y las que a su vez lo colocan en la realidad como quien llegará a destruir el actual orden de las cosas (capitalismo) para liberarse, porque se vuelve sujeto y objeto de su conocimiento a la vez. La teoría es para él autoconocimiento de la realidad.
“El proletariado puede y tiene que liberarse a sí mismo porque en él, cuando está plenamente desarrollado, se consuma prácticamente la abstracción de toda humanidad, incluso de la apariencia de humanidad”
Esto sitúa como punto principal en el proceso histórico la dialéctica del sujeto y el objeto. Cuando no se parte de ello se obtiene un enfoque que se limita a ser contemplativo y no puede transformar la realidad: la deja intacta.
La concepción materialista burguesa de la realidad llega, cuando mucho, al cientificismo, sus consideraciones son adialécticas y ahistóricas y no plantean soluciones, se limitan a la formulación de leyes, considerando al materialismo histórico como un obstáculo para investigaciones “serias”, de ahí que la academia, especialmente en las ciencias sociales, opte por enfoques que no son críticos ni apuntan a una intervención directa en la realidad.
Lo que no comprenden los seguidores del enfoque empirista es que su afán por la objetividad, por la “no ideología” es una ideología en sí misma, así que su planteamiento de hechos “puros” se queda en las apariencias, al querer ver la realidad social y económica del mismo modo que lo harían las ciencias naturales, tomando las contradicciones como un resultado indeseable de la investigación y no como una parte inevitable del carácter dialéctico de las cosas.
El capitalismo es, de hecho, quien tiende a producir los paradigmas científicos que lo dejan intacto. Una gran inexactitud científica es ignorar el desarrollo histórico y que los hechos son una consecuencia de él.
Con este sesgo se antepone la apariencia a la esencia, en lugar de comprender la interacción de ambas como un todo que se modifica mutuamente de forma continua, de ahí que mucha de la ciencia actual sea un arma ideológica de la burguesía para mantenerse en su posición de poder.
Esto nos lleva a planteamientos como el de la economía neoliberal que, por argumentar a través de las matemáticas, sostiene que su labor es completa y le hace justicia a la explicación de los fenómenos, cuando nada está más lejos de la realidad y sus teorías en la práctica solo aumentan la pobreza. En el terreno de las ciencias sociales, muchos investigadores han perdido de vista a la historia como un proceso unitario.
También aparece como consecuencia de esto la cosificación de las relaciones sociales, se exacerba el carácter capitalista de todas las formas económicas, así como de las relaciones humanas, ya que estas últimas son sustituidas y vistas meramente como relaciones entre cosas, es decir, entre mercancías. Nos comenzamos a tratar como objetos.
Vale la pena mencionar que hay que tener mucho cuidado con no desechar el estudio de las apariencias, pues la verdad dialéctica las incluye también y son una de las formas en las que los fenómenos tienen que presentarse. La superficialidad no consiste en tomarlas en cuenta, sino en limitarse a ellas para la comprensión de la realidad capitalista, y la dialéctica es el todo.
Otro de los puntos a destacar del texto de Lukács es que “el objetivo final no es un estadio que espere al proletariado al final del movimiento”, es decir, el interés principal tiene que ser mantener el sentido de la lucha revolucionaria a través del entendimiento de las condiciones que la sustentan y la permean, concentrarnos tanto en el presente como en lo que nos trajo a él.
El riesgo de apelar a un modelo puro o perfecto de la utopía final, del destino de la revolución, es que inmoviliza al proletariado y desvía su atención de la captación de la realidad para volver a la falsa dualidad sujeto-objeto, teoría-práctica, tan propia de la ciencia burguesa y del revisionismo. Desarticula la lucha y la vacía de sentido.
En conclusión, la función del marxismo ortodoxo es conducir a una lucha siempre renovada, en contra de la ideología burguesa y sus efectos sobre todos los niveles de la vida, a través de la comprensión del proceso histórico como una totalidad en la que se encaja el momento presente.
Ref: Georg Lukács. “¿Qué es el marxismo ortodoxo?” en Historia y conciencia de clase. Argentina, Ediciones ryr, 2013, pp. 89-119
Colaboración: Cronopio