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El “humanismo mexicano”

La realidad pesa más que la voluntad

Todos vimos la fotografía de la nueva presidenta de México frente a las fuerzas armadas, en dicha foto se muestra como la nueva jefa suprema del ejército era recibida con beneplácito por uno de los sectores más beneficiados por la Cuarta Transformación a quienes no solamente les garantizaron proyectos económicos y ganancias de dichos proyectos sino también impunidad frente a los casos de graves violaciones de derechos humanos, todo para tenerlos a raya y que no se vayan a salir del huacal. Es decir, incubaron el huevo de la serpiente y, además, le dieron de comer y la consintieron.

El argumento que da Claudia Sheinbaum es el mismo que el de Andrés Manuel López Obrador, si hay una dirigencia moralmente correcta, si hay una dirección patriota, el ejército atenderá a las órdenes y dejará de ser un ente que esté contra el pueblo y se convertirá en “el pueblo en armas”. Bonitas y románticas declaraciones, sin embargo, la vida y la realidad son un poco más complicadas que esto.

Y es que lo cierto es que la vida y la realidad responden a leyes materiales, no a la fortaleza de “voluntades vigorosas” o a la “voluntad de grandes caudillos o presidentas”. Si bien es cierto que la política en nuestro país ha estado atravesada por la figura del “caudillo” de esos grandes hombres o mujeres que hacen la historia de bronce y “solitos” cambian al mundo la realidad es que esas mujeres y hombres no son más que hijas e hijos de su contexto, de procesos históricos que implican tanto a millones de personas como a leyes objetivas que dan como resultado los hechos que suceden.

El humanismo mexicano, la filosofía política que expresa la Cuarta Transformación como su ideología, es una filosofía política que niega la realidad objetiva de las leyes que imperan en el capitalismo, se basa en una moralidad nueva, en una revolución de conciencias y en un cambio cultural. Busca sanear las instituciones sin ver que las propias instituciones son, de hecho, aquello que está mal. Buscan darle un rostro de bienestar a lo que está creado para garantizar la explotación.

El “humanismo mexicano” solo es una forma del voluntarismo pintada de guinda, una filosofía política donde el mundo responde a los intereses de mi propia clase social o de mi voluntad personal y no a las leyes objetivas. Es una doctrina antropocéntrica, es decir, centrada en el accionar humano pero que niega las propias leyes de la economía y cree que, con el puro poder del amor y una voluntad firme, las cosas van a ser distintas.

El capitalismo responde a la necesidad de acumular, las leyes objetivas enunciadas por Marx y por Engels expresan que si existe propiedad privada de los medios de producción, necesariamente existirán sujetos sin medios de producción quienes deban vender su fuerza de trabajo para sobrevivir y estos sujetos estarán exentos de participar de las ganancias de los medios en donde trabajan y del producto de los mismos pues no producen para ellos sino producen para generar mercancías a cambio de un salario que servirá para consumir otras mercancías (y en algunos casos las propias mercancías que crearon con sus manos pero que no les pertenecen).

La ganancia de los ricos no es otra cosa que el robo de la mayor parte del trabajo de los proletarios quienes viven con apenas lo necesario para su reproducción (la supervivencia de ellos y sus familias) mientras que el burgués se roba la mayor parte de eso que se produce.

Este robo no siempre es comprendido por los trabajadores, pero si es sentido y vivido en el día a día, para mantener a raya ese descontento es que existe el Estado que, como burgués colectivo, lo contiene por medio de la violencia y la ideología.

Y es en este sentido que creer que un ejército liderado por una “personalidad vigorosa” no cometerá actos de violencia en contra del pueblo no es más que un delirio pues, al final, el ejército es el arma de la burguesía vuelta gobierno para defender sus intereses y más aún si al propio ejército lo sacan de su lógica parasitaria y lo ponen a producir, es decir, si lo convierten en nuevos burgueses que defenderán sus intereses por todos los medios necesarios.

Las leyes del capitalismo no pueden negarse, borrarse de un plumazo o por decreto, escapan a la voluntad de los individuos y si bien pueden ser contenidas por ciertos momentos al final el río volverá a su cauce.

Esto no significa que el capitalismo sea una cosa eterna. Esta formación económico social tiene su origen, desarrollo y tendrá un final. Pero para llegar a ese final también debemos entender las leyes del mismo para su superación.

Dentro de estas leyes está el hecho de que las propias instituciones deben ser abolidas, el ejército y todos los aparatos de justicia deben cambiar y no por reformas sino materialmente. Las leyes deben responder a los intereses del pueblo y no del capital, los proyectos productivos deben estar encaminados a la satisfacción de las necesidades populares y no de los grandes burgueses. No existe algo como la prosperidad compartida o un humanismo cuando están basados en la explotación, en la impunidad y la acumulación de riqueza en unas cuantas manos mientras a nosotros nos dan apenas lo suficiente para sobrevivir.

Instituciones como el ejército y todo el entramado que sostiene el capitalismo por medio de la violencia no puede ser reformado, su objetivo y razón de ser es sostener a la burguesía y mientras esto no cambie jamás será un “ejército del pueblo” sino un ejército de los empresarios.

La verdadera transformación no se basa en la buena voluntad de unos cuantos o un cambio de conciencia sino en hechos materiales, en verdaderamente devolverle al pueblo lo robado, en recuperar las grandes ramas de la industria para el desarrollo nacional.

Por eso, es necesario comprender las leyes del capitalismo, las contradicciones del sistema y la forma dialéctica de superarlo: el socialismo, un sistema donde los grandes medios de producción están en manos del pueblo trabajador el cual determina qué, cuándo y cómo se producirá, el cual repartirá las ganancias en beneficio de la población y no de un puñado de corruptos.

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