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Ghassan Kanafani

Literatura palestina y combativa

Hoy, frente al genocidio del pueblo palestino a manos del Estado israelí, hemos decidido publicar un texto literario del militante y escritor palestino Ghassan Kanafani, miembro del Frente Popular para la Liberación de Palestina (fplp).

Kanafani nació en Acre, Palestina, en 1936. Su familia se exilió a partir de la Guerra árabe-israelí de 1948. En 1969, publicó la novela Um Sa’ad, de la cual reproducimos un fragmento. Esta obra retrata el proceso de resistencia palestina posterior a la Guerra de los seis días (1967, entre Israel y la coalición árabe formada por Egipto, Siria, Jordania e Irak). Como resultado de la victoria israelí, unos 325 mil palestinos se convirtieron en refugiados en lo que se conoció como la Nakba; pero también a partir de dichos sucesos, el pueblo palestino comenzó un nuevo periodo de resistencia. Fue entonces cuando surgió el fplp y Kanafani fue uno de sus cofundadores. Asimismo, se desempeñó como su portavoz y redactor en jefe de su órgano oficial: Al-Hadaf. Participó también en la redacción del programa del fplp en el que oficialmente se reconocieron como una organización marxista-leninista.

En 1972, el servicio secreto israelí (Mossad) asesinó a Kanafani al detonar una bomba en su auto. En la explosión murió también su sobrina, Lamis, de apenas 17 años.

Um Sa’ad

(fragmento de novela)

A Um Sa’ad, voz viva del pueblo

INTRODUCCIÓN

Um Sa’ad[1] es un personaje real, una mujer de carne y hueso. La conozco bien. Nunca he dejado de verla, de hablarle, de aprender de ella. Lo que a ella me une es algo que no sabría explicar con exactitud, aunque quizás sea su arraigamiento profundo en esa clase heroica y oprimida, arrojada a la miseria de los campos, esa clase en medio de la cual he vivido y con la que aún vivo, aunque no sabría decir hasta qué punto vivo para ella.

Aprendemos de las masas y, a cambio, también les enseñamos. Con todo, creo con firmeza que aún nos queda mucho que aprender de ellas, única maestra de verdad que, con una visión clara de la realidad, hace que la revolución sea parte inseparable del pan, el agua, las manos trabajadoras y los latidos del corazón.

Um Sa’ad me ha enseñado mucho y casi puedo decir que, en las líneas que siguen, cada palabra brota de sus labios y de sus manos, de sus labios que, a pesar de los pesares, siguen siendo palestinos, de sus manos que desde hace veinte años esperan las armas.

Y, sin embargo, Um Sa’ad no es sólo una mujer. Si no encarnara en cuerpo y alma el sufrimiento de las masas, sus penas y cotidianeidad, no sería lo que es. Su voz es, para mí, la de esa clase de palestinos que pagaron caro el precio de la derrota y que hoy, bajo techos miserables y en la vanguardia de la lucha, siguen pagando aún más caro que todos los demás.

—Gassan Kanafani

DE UNA TIENDA A OTRA

Um Sa’ad había vivido en Gabsiya[2] con mi familia, pero hace mucho tiempo de eso. Después, durante años y años vivió la vida desgarradora, insoportable, de los campos de refugiados. Todos los martes viene a visitarnos y proyecta sobre las cosas una mirada profunda como si tuviera parte en ellas. A mí me considera como si fuera su hijo. Me cuenta sus penas, sus alegrías, su cansancio y, sin embargo, nunca la oí quejarse.

Tendrá unos cuarenta y tantos años. Más sólida que una rocas. Más tenaz que la tenacidad misma. Vive diez veces su vida, pues va y viene sin parar de acá para allá y trajina todos los días de la semana para ganar honradamente su pan y el de sus hijos.

La conozco desde hace años y en mi existencia representa ya algo indispensable. Cuando llama a la puerta y deja los fardos miserables a la entrada, todo se impregna del olor a las tiendas del campo, con su miseria, su determinación, su esperanza, y me viene a la boca el resabio de la amargura que mastico año tras año hasta la náusea.

El martes pasado vino, como de costumbre. Después de dejar sus paquetes, se volvió hacia mí:

—Hijito, tengo algo que decirte. Sa’ad se ha ido.

—¿Adónde?

—Con ellos.

—¿Quiénes son ellos?

—Los fedayines.[3]

Hubo un silencio. Estaba sentada con las manos plegadas sobre el pecho. En aquellas manos descarnadas, nudosas como sarmientos, en aquellas manos que años de trabajo y de fatigas habían surcado de arrugas, pude ver su penoso caminar con su hijo Sa’ad desde que era un niño hasta que se hizo un hombre, protegiéndolo con ellas como la tierra protege al tallo delicado de la planta joven y que ahora, de pronto, se habían abierto para que de ellas volara el pajarillo. Veinte años habían pasado…

—Se ha ido con los fedayines.

No podía dejar de mirar aquellas manos que, tendidas hacia él para acompañarlo en el peligro y en lo desconocido, gritaban, desde lo más profundo de su dolor… ¡Dios mío!, ¿por qué el destino quiere que las madres tengan que perder a sus hijos? Entonces, por primera vez, comprendí lo que destroza el corazón, como si en una tragedia griega viviéramos una escena de dolor incurable.

Traté de ahuyentar aquellos pensamientos y le pregunté:

—¿Qué fue lo que te dijo?

—Nada. Se fue así sin más. Uno de sus compañeros pasó a verme esta mañana para decirme que se había ido con ellos.

—¿Nunca te había dicho antes que se iría?

—Sí, dos o tres veces me dijo que tenía pensado irse con los fedayines.

—¿Y no le creíste?

—Claro que sí, conozco a Sa’ad y sabía que se iría.

—Entonces, ¿por qué te sorprendiste?

—¿Yo? Si no me sorprendí. No hago más que contártelo. Me dije que te gustaría saber de Sa’ad.

—¿Y no estás triste ni enfadada?

Sus manos se agitaron. Las miré de nuevo y me parecieron bellas, fuertes, capaces de forjar cosas, y sollozaban, sí, sollozaban.

—Nada de eso. Esta mañana le dije a mi vecina que desearía haber tenido diez como Sa’ad.


[1] Um Sa’ad significa literalmente “madre de Sa’ad”.

[2] Barrio de las afueras de Akka (en español Acre), ciudad costera tomada por las fuerzas israelíes durante la Guerra árabe-israelí de 1948.

[3] Combatientes por la liberación de Palestina. Surgieron entre los refugiados palestinos, luego de la Guerra árabe-israelí de 1948.

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