Morena y la desmovilización popular
En el periódico Fragua hemos abordado constantemente el tema de Morena y su evidente descomposición, tan evidente a estas alturas que los intelectuales otrora rojos y ahora guindas, ya no niegan el fenómeno, sino que sus esfuerzos se enfocan más bien a la elaboración de maromas más que barrocas para “explicar” la magia de hacer una “cuarta transformación” con todo un ejército de sinvergüenzas, reaccionarios, delincuentes y corruptos erigidos como los nuevos dirigentes del partido en todos los rincones del país. “No somos iguales, no somos iguales, no somos iguales…” es el sospechoso exorcismo hacia una realidad que se expresa y se profundiza a cada momento. El famoso “chapulineo”, término que hasta se oye gracioso, expresa las consecuencias tan nefastas que ha traído tal modo de hacer política para el pueblo que ha contribuido de buena fe al empoderamiento de estructuras cada vez más corruptas. Y ya es bien conocido por la historia el hecho de que de buenas intenciones también está empedrado el camino del infierno.
Las bases de Morena observan con cada vez mayor impotencia cómo la composición en los órganos de dirección estatales y nacionales, así como toda suerte de candidaturas a puestos de elección popular son copadas por una legión de políticos de oficio autores y cómplices “del régimen neoliberal”. A estas alturas en el Partido (literal) hay que buscar con lupa o microscopio a la candidaturas más o menos decentes. Ya no valen los choros mareadores que desde las más altas alturas del partido se les han venido recetando a las masas leales a un dirigente o a una idea de cambio: “lo importante es que nos ayuden a ganar y ya después depuramos al Partido”, “los vamos a dejar entrar pero los vamos a vigilar para que se porten bien”, “que entren, pero que se ganen el puesto desde abajo”, “es sólo por táctica pero Morena sigue conservando sus principios”. ¡Sí, cómo no! Al paso del tiempo queda claro que ni se depuró al partido, ni se les vigila, pasan sobre la militancia, y en lugar de mera táctica es en realidad la verdadera esencia partidaria de hacer política en la democracia burguesa.
Cada vez está más claro para una parte de las bases de Morena que nada tienen que ver con las decisiones que se toman en el partido. Por lo tanto, al pueblo que milita en Morena cada vez se le quita más poder (si es que alguna vez lo tuvo). Vale la pena entonces preguntarse: ¿quién tiene el poder? ¿Acaso López Obrador? Resultaría algo ingenuo pensarlo así a unos meses de su retiro. En la práctica esto implica una derechización de facto que tiene varias implicaciones graves. Una de las más importantes es la desmovilización o la movilización mediatizada del pueblo por la dirigencia de morena.
Ya como partido en el gobierno, la experiencia nos demuestra más claramente cómo la forma en que se fue diseñando el reparto del poder dentro de Morena, entregándolo a determinadas figuras representantes de poderes locales, regionales y nacionales, tuvo como finalidad la domesticación del “tigre”. Por lo visto no sólo la derecha tiene miedo al pueblo organizado y movilizado sino también la socialdemocracia triunfante en el 2018 demostró que su pragmatismo tenía como un objetivo central controlar al “tigre”, mantenerlo amarrado, limándole las garras y los colmillos, por si pensaba radicalizarse para pedir cambios más profundos que los pactados con la oligarquía y su brazo armado, el ejército.
La historia enseña que la única posibilidad para lograr transformaciones de fondo es la organización, empoderamiento y movilización constante del pueblo. Resulta paradójico que el obradorismo como oposición (más que como gobierno) tuvo mayor capacidad para movilizar y hasta para intentar formas de resistencia civil, en contra del fraude electoral o para la defensa del petróleo, por ejemplo.
Pensemos en el presente sexenio y la ocasiones en que se pudo haber convocado a una movilización fuerte en las más variadas reivindicaciones históricas, tales como echar abajo las tan mentadas reformas constitucionales neoliberales de los últimos tiempos en materia de recursos naturales, reforma laboral en serio, reforma fiscal para gravar a las ganancias de multimillonarios, nacionalizaciones necesarias, etc. En lo mediático se despotricó contra otros grupos enquistados en ciertos poderes institucionales pero la lucha fue en su terreno sin querer utilizar el recurso que en verdad hubiera podido mover la balanza de manera contundente, es decir, el pueblo movilizado. Incluso, esta postura timorata característica de la socialdemocracia “progresista” ha tenido como resultado inesperado que la derecha históricamente más reaccionaria retome espacios y hasta cierto nivel de movilización impensable a principios de sexenio.
Como OLEP hacemos una diferencia entre la dirigencia y las bases de Morena que aún consideran seguir luchando por transformaciones profundas. Pero también advertimos que por la dinámica partidaria que hemos analizado, desde la dirección no existe consecuencia en las luchas concretas que en teoría se venían acompañando, en temas como la militarización, la desaparición forzada, privatización del agua, empleo, vivienda, salud, etc.
Es clara la responsabilidad de la dirigencia de morena, pero ¿ahora cuál es la reflexión o la enseñanza que debe sacar el pueblo de la experiencia? ¿Acaso seguir eternamente respingando al momento de las imposiciones pero alinearse al final de cuentas para no “hacerle el juego a la derecha”?, ¿seguir justificando la putrefacción del partido arguyendo que “Andrés Manuel no sabe qué pasa en Morena”? Pensamos que para esta parte del pueblo no queda más que luchar consecuentemente por el rescate de su partido, y si eso no fuera posible, construir por la vía de los hechos y por la vía independiente una democracia popular verdadera y emprender la lucha por el socialismo. En lo inmediato, llamamos al pueblo a luchar consecuentemente contra el neoliberalismo, mediante una serie de demandas concretas plasmadas en nuestro Programa Mínimo de Lucha.
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