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Promotores culturales y PILARES: la cultura atrapada en la burocracia

Como era de esperarse, el gobierno de Claudia Sheinbaum ha lanzado numerosos programas sociales para aliviar un poco la situación gravísima en la que el pueblo trabajador de la Ciudad de México está tras décadas neoliberales y muchos años más de capitalismo.

Estos programas operan a nivel de gobierno central y en algunas alcaldías tienen su correlato local o en otras hasta los quieren expulsar para que no estén en “su territorio” (esas alcaldías de la llamada “oposición”).

Así, vemos a decenas y decenas de jóvenes y no pocos viejos caminando por las calles de colonias populares con su chaleco verde; otros tantos montando carpas y cargando sillas y mesas plegables en parques con poca o nada de afluencia y hasta jóvenes artistas que en otros tiempos fueron criminalizados hoy siendo contratados para pintar murales a diestra y siniestra, murales muchos colocados en lugares donde en realidad nadie los ve: al fondo de paraderos de camiones, paredes ocultas en el metro, baldíos.

Un compañero artista nos mencionó “nos ponen a pintar murales en mayoreo, ya no importa de qué sean o dónde sean el chiste es que lleguemos a la cuota, ya la mayoría estamos hartos porque no dejamos de trabajar y ya ni pensamos bien en qué pintar, sólo pintamos”.

Al mismo tiempo, la mayoría de esos artistas, promotores culturales o de programas sociales no están contratados como tal, solamente los coordinadores tienen reconocimiento laboral y los demás son beneficiarios de un programa social, una forma que a la Jefa de Gobierno le encanta utilizar para borrar la relación laboral entre las partes y que nosotros denunciamos desde que conocimos a la Asamblea de promotoras de salud de Tlalpan cuando la ahora mandataria de la CDMX era delegada de dicha demarcación.

Ahora bien, no nos mal entiendan, no creemos que como tal estos programas estén mal, al contrario, consideramos que son necesarios y que deben expandirse, incluso como OLEP hacemos el llamado para que estos programas sean promovidos para tener carácter constitucional dentro de la Constitución de la CDMX y, por qué no, que se repliquen en todo el país pero eso sí, ya que se establezcan a nivel constitucional que cuenten con materia de trabajo, inmuebles y personalidad propias para que todas las personas que entren a trabajar ahí cuenten con una plaza, centro de trabajo y material necesario y no tengan que estar pagando de su “beca” el pegamento y las tijeras para los talleres.

Y es aquí donde nos detenemos y nos referimos a la cultura como atrapada en medio de la burocracia (y del efectismo pero ya era un título muy largo) pues estos programas tienen varias deficiencias además de la ya mencionada violación de los derechos laborales de quienes trabajan ahí.

Por un lado, estos programas realmente no generan procesos de promoción cultural pues al estar atenidos a tiempos tan cortos y a “cumplir cuotas” a lo más que logran es a “llevar la cultura” de manera artificial.

Uno se emociona al ver los chalecos verdes montar la carpa para hacer un taller de títeres, de guitarra o canto pero se desangela cuanto se van a las dos horas y no vuelven pues jamás, sólo iban por la firma para sus listas y que vean que sí chambearon.

Al mismo tiempo, esos promotores, talleristas o artistas tienen todo en la cabeza menos crear procesos con la gente con la que trabajan o incluso organizarse entre ellos pues todo el tiempo están pensando en acabar, en cumplir las metas, en sacar firmas, cumplir, cumplir, cumplir. El sujeto sobre el que se realiza la intervención cultural es lo de menos, no son personas, son usuarios, firmas, números.

Quienes buscan estar fuera de esta lógica tampoco la tienen fácil pues son acosados laboralmente de manera constante por los coordinadores o cualquier autoridad superior. Los cambian de lugar de trabajo o simplemente no tienen un sitio fijo de trabajo y van moviéndose de un lado a otro, cumplen y se van, encandilan a la gente y al final no se avanza porque en otro lado ya se nos hizo tarde para montar la carpa.

Como hemos repetido varias veces en FRAGUA: de buenas intenciones está pavimentado el camino al infierno y parece que el gobierno de la Cuarta Transformación debería tener ese dicho como consigna pues sus limitaciones en los programas sociales, su falta de carácter para realmente atender los problemas sociales y su cinismo al no dar derechos laborales a sus trabajadores dejan bastante coja una propuesta que podría ser buena si es que fuera impulsada por un gobierno que emane realmente del pueblo.

Y ante esto ¿qué nos toca? Por una parta nos toca pedir, como ya mencionamos, que estos programas adquieran carácter constitucional, al menos en la CDMX, para que cuando cambie el gobierno no sean desechados y toda la infraestructura quede como un elefante blanco, como tantas veces ha pasado. Al mismo tiempo, esta certeza jurídica debe dotar de certeza laboral a quienes trabajan en este y otros programas sociales porque lo que hacen es eso: trabajo.

También debemos luchar porque estos proyectos no terminen por mediatizar la lucha porque muchos compañeros y amigos que hemos conocido en la movilización ahora están trabajando en estos programas y no es malo, al contrario, sin embargo su activismo se ve limitado ahora a traer el chaleco y juntar firmas. Su lucha por mejorar las condiciones de vida del pueblo quedó trunca y peor aún porque la mayoría, desafortunadamente, ni siquiera lucha por sus propios derechos laborales sino que quedan a la cola de las decisiones del gobierno y este termina por ser su verdadero y único patrón.

Por eso, debemos luchar como trabajadores de la cultura, como proletarios que utilizamos el pincel, la brocha, el pegamento, las tijeras, quienes hemos dado años y años a crear metodologías de enseñanza fuera de los márgenes de la educación bancaria. La crítica no se puede quedar nada más en charlas a distancia de “paradigmas emancipatorios” o “educación popular” a los cuales nadie asiste sino que debe darse de manera concreta al luchar por los derechos laborales, culturales y sociales del pueblo.

Rompamos la cadena del miedo, de la burocracia, avancemos de manera digna con el pueblo, enseñemos a luchar de la única manera que se puede enseñar: luchando.

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