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Chile y la nueva Constitución

Progresismo de papel

Una “ola progresista” empapa a América Latina. Se trata de gobiernos de izquierda que han llegado a gobernar en recientes años: López Obrador en México, Alberto Fernández en Argentina, Luis Arce en Bolivia, Pedro Castillo en Perú, Xiomara Castro en Honduras, Gabriel Boric en Chile y Gustavo Petro en Colombia. Este viraje continental no es casualidad, se explica por la lucha de clases en la crisis capitalista actual (económica, sanitaria y ecológica). Dichos gobiernos fueron electos a modo de tabla de salvación por millones de proletarios en América. Sin embargo, no son la solución ante el capitalismo y sus crisis, simple y sencillamente porque no buscan terminar con él.

Dos son los grandes enemigos de la izquierda electoral. Primero, ellos mismos, debido a sus limitantes, su fantasía de conciliación de clases, su insuficiente reformismo, su distanciamiento de las masas, su tibieza. Su segundo enemigo, por supuesto, es la derecha, que no descansa ni un solo segundo para retomar las riendas políticas. Dicho lo anterior, en este artículo hablaremos del rechazo a la nueva propuesta de Constitución en Chile.

En 2019, el país andino vivió un amplio levantamiento social. El descontento fue espontáneo y receloso no sólo de los políticos y de sus partidos, sino también sindicatos y organizaciones populares de toda índole. Al final, el caos de la espontaneidad derivó en algunos objetivos: la renuncia del presidente Piñeira, la creación de una asamblea constituyente y la promulgación de una nueva Constitución que sustituyera la actual pinochetista. Las dos primeras metas no se cumplieron: Piñera terminó su mandato y la asamblea constituyente no se consolidó. El proceso, en cambio, terminó en una convención constituyente (que es distinta de la asamblea al no ser completamente popular, privilegiar la participación de políticos en el parlamento y no poder modificar tratados internacionales hechos bajo la antigua Constitución). Ésta redactó la nueva propuesta de Carta Magna. Sin embargo, la nueva Constitución presentaba ya de origen una gran contradicción: si bien su origen es el legítimo levantamiento popular masivo, a fin de cuentas acabaría sirviendo para paralizar, desmovilizar y pacificar el descontento.

Ya redactada, la Constitución tenía que ser votada. En las campañas del plebiscito, los sectores de derecha, capitalistas, burgueses y varios pequeñoburgueses, buscaban el triunfo del rechazo: no deseaban ceder ni un poco sus privilegios. Algunos izquierdistas infantiles, incluso bajo el mote de comunistas, invitaban a desligarse del proceso descalificándolo como “burgués”. Mientras tanto, la pequeña burguesía y la socialdemocracia creaban una falsa ilusión de que con el apruebo vendría el bienestar social, entre ellos el hoy presidente Boric, quien participó en la “cocina” de la propuesta. Como dato interesante, se midió el dinero gastado en la campaña del plebiscito, y resulta que el 89% de lo gastado fue para promover el rechazo, mientras que sólo el 6.6% promovió el apruebo. Repetimos: la derecha no descansa.

Y mientras que si eran peras o manzanas, llegó el socialdemócrata Boric al poder. Y más pronto que tarde llegó también la decepción popular. El nuevo gobierno refrendó la militarización en las zonas mapuches, no anuló las deudas estudiantiles, no ha liberado a varios presos del 2019, no ha hecho justicia a las víctimas de violaciones a derechos humanos, no ha avanzado en materia de pensiones o seguridad social. Y es que el presidente no se apoya en las masas para evitar que las fuerzas de la derecha lo empujen hacia sus posiciones. Por el contrario, Boric teme un nuevo desbordamiento popular y por eso contiene y desmoviliza a las masas; una de las herramientas para ello es el tema de la nueva Constitución.

Parecía imposible el rechazo. La nueva Constitución era un dechado de buenas intenciones, una verdadera carta política a los reyes magos. Otorgaba derechos a diestra y siniestra. “En Chile no hay persona ni grupo privilegiado”, se lee en su artículo 25: abracadabra. El problema no es desear esos derechos ni luchar por ellos. El problema es no ver la ausencia de condiciones materiales para defenderlos, que no existe un pueblo organizado y movilizado para hacer valer esa carta magna, que publicar una ley no transforma la realidad sino que al transformar la realidad podremos escribir nuestras leyes. El problema es querer que un plumazo resuelva lo que sólo podría resolver la organización popular.

Boric, menospreciando toda la esperanza que le había concedido el pueblo chileno, decidió apaciguar a la derecha, hizo llamados a moderar los contenidos de la propuesta constitucional, buscó el consenso con el empresariado, se doblegó ante la burguesía; todo lo cual, en suma, fortaleció el rechazo. La socialdemocracia se arrastra. Y efectivamente, el 4 de septiembre triunfó el rechazo en un clima de propaganda pagada por la derecha, de indecisión gubernamental, de suspicacia ante el nuevo gobierno. Ahora, Boric dice que es viable un rechazo para reformar, ahora abre paso a políticos “experimentados” para que se encarguen del proceso.

Pero descalificar al proletariado chileno por el rechazo sería un error. La alternativa, en cambio, para las organizaciones populares e independientes es develar al pueblo lo que se esconde tras las acciones de la derecha y la izquierda electoral, explicar las causas que llevaron al rechazo y no cejar en la construcción de una verdadera democracia popular socialista. Hay que poner el dedo en la llaga, queda claro que la socialdemocracia de Boric no sirve ni siquiera para generar los mínimos cambios a favor de la clase trabajadora. Por supuesto, la respuesta no está en la burguesía, no está en la derecha, pues ellos son los mayores culpables de los padecimientos del pueblo chileno así como del rechazo a la nueva Constitución.

Hoy se ha perdido el momentum, esa inercia del levantamiento del 2019 parece muy lejana. Una semana después del rechazo, el gobierno salió a anunciar que había alcanzado un acuerdo con las diversas fuerzas políticas para continuar el proceso hacia una nueva Constitución. Pero la derecha no descansa, inmediatamente la oposición (Chile Vamos) negó acuerdo alguno y dejó claro que el nuevo proceso se hará sin prisa, con la calma de quien no pretende perder privilegio alguno. Y bien, ¿qué podemos aprender en México de todo esto? Primero, lo ya dicho: que la derecha no descansa, ni aquí ni en Chile. Segundo, que los gobiernos socialdemócratas no pretenden ni pretenderán acabar con el modo de producción capitalista y por tanto no son la solución de fondo para las clases trabajadoras (y para mayor claridad, nuestro gobierno en turno es socialdemócrata). Si tenemos esa claridad, podremos entonces ver, en tercer lugar, la importancia de la vía independiente hacia la organización proletaria, la democracia popular y el socialismo. Chile tendrá una nueva constitución, pero no la que su proletariado merece y necesita, sino un bodrio aprobado por la derecha.

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