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El capitalismo sigue chorreando sangre

La violencia en México

En la actualidad el tema de la violencia es manoseado en la discusión pública y mediática, tanto como para decir que nunca habíamos estado como ahora (casi casi que antes estábamos a todo dar) o para decir que es una exageración de los conservadores (que todo está a todo dar, la violencia disminuye y la gente está feliz, feliz, feliz). Dos discursos en pugna política y politiquera que, aunque parezcan totalmente contrarios, coinciden en una cosa: los dos, ocultan las verdaderas razones de la violencia en México.

La oposición de derecha al gobierno, pareciera sugerirnos que la responsabilidad total de los niveles de violencia es de López Obrador, nos habla de un “gobierno ausente”, “Estado fallido” y otros conceptos de moda, pero que no explican tal “ausencia”. Omiten así decenas de años en que gobernaron como partidos separados y más recientemente ya como aliados descarados, años en los que está documentada la violencia contra el pueblo en todas sus formas, ya sea de manera abierta o soterrada (pobreza, violación a derechos humanos, represión política, matanzas, masacres, desapariciones forzadas, etc.). Reducen la violencia actual a la complicidad de los gobiernos con el crimen organizado.

Mientras, el discurso del obradorismo nos habla de que el problema es el periodo neoliberal, cuyo máximo exponente en el terreno de la violencia es Felipe Calderón, quien habría dado un palo al avispero (reconociendo que el avispero ya existía y sólo había que darle un palo, ¿no?). Más allá de las dizque buenas intenciones del presidente, con este discurso exime de responsabilidad a todos los gobiernos anteriores, es decir, a los gobiernos representantes del “Estado de Bienestar” (o el priísmobuenaondita).

Pero aquí lo que se oculta en la explicación es que durante la conformación del Estado mexicano como estructura del capitalismo en nuestro país, así se dijeran muy revolucionarios y populares los gobiernos, fueron  garantes de una clase (la burguesía) que se afianzaba cada vez más en el poder. Durante ese mítico Estado de Bienestar, no todos eran beneficiarios; siempre hubo en este país grandes masas de pobres urbanos y rurales, muertos por enfermedades prevenibles, cinturones de miseria, migrantes, protesta social, huelgas ahogadas en sangre, revueltas campesinas, movimientos armados, y la terrible represión a todos niveles. Así como se habla de una pax porfiriana, también hubo una pax post revolucionaria.

Para el gobierno, la violencia actual es culpa de Calderón y demás gobiernos neoliberales, aunque dice ya está actuando contra las causas mediante apoyos sociales (¡sin cambiar al sistema!) 

Por lo anterior, decimos que los dos discursos, omiten nada más y nada menos que al “elefante en la sala”, el sistema capitalista, verdadera causa de la violencia. Puesto que la violencia no sólo se refiere a la comisión de tal o cual delito, por más crudo que sea, sino a las bases violentas que sustentan un régimen económico, político y social. ¿Por qué decimos que las bases de este sistema son violentas?

Pues resulta que lo que nos han pintado como el paraíso de las libertades en realidad descansa en determinadas relaciones de producción que le permiten a una clase, por un lado, la propiedad privada de grandes medios de producción , y por otra el poder de comprar la fuerza de trabajo como una mercancía. Dicha mercancía produce mucho más de lo que se ha pagado por ella, por lo que el dueño de los medios de producción puede ir acumulando ganancia. Es poseedor del llamado capital. El capital del burgués no es tampoco como el dinero que cualquiera de nosotros tenemos en la bolsa o en el banco. El capital es ese dinero incrementado que el mismo capitalista vuelve a invertir en medios de producción y en fuerza de trabajo. Por lo tanto ese capital no sólo es el dinero que se invirtió sino sobe todo una relación social que permite tal ciclo. La apropiación del trabajo ajeno (fuente de toda desigualdad), siendo algo tan violento en su naturaleza y en su historia, aparece como una actividad legal, respetable, aspiracionista, etc., cuando en realidad es un robo con graves consecuencias  para la vida de los trabajadores. O sea, que esta relación de desigualdad y explotación está protegida por las leyes, las creencias, la ideología, los medios de comunicación, los gobiernos (neoliberales y “progresistas”). Así pues, explotar a millones de trabajadores, extraer su trabajo para acumular ganancias, es algo legal, pero robar un pan es delito.

Por ello, cuando pensamos en los responsables de la terrible violencia que vivimos pensamos más en los chapos, los menchos, los García Luna y demás personajes, que en los Carlos Slim, Salinas Pliego, Germán Larrea, etcétera. Vemos más a los que se manchan de sangre abiertamente que a los verdaderos jefes de jefes del capitalismo en México y el mundo. La gran falacia explicativa del presidente es precisamente que el gran problema de México no es la explotación sino la corrupción. Aunque no lo diga abiertamente, su premisa sugiere la posibilidad de un capitalismo decente. Los señores del verdadero poder no pierden su respetabilidad; al contrario, ya hasta los grandes mafiosos son presentados como “empresarios con dimensión social” y amigos del pueblo.

Lo anterior es una explicación general de la violencia atendiendo a sus causas. Pero aún queda por explicar por qué precisamente en países como México la violencia se ha exacerbado y cada vez asume formas más descarnadas y terribles. ¿Será por la “pérdida de valores” o porque los criminales mexicanos cada vez están más enfermos? Sin duda que se podría estudiar el fenómeno desde el desarrollo de determinadas conductas sociales,  pero nuevamente para explicar la raíz debemos abordar su relación con el sistema capitalista y como consecuencia de fenómenos económicos.

En concreto, el llamado crimen organizado, relacionado con el narcotráfico y otros delitos implícitos como la trata de personas, robo, extorsión, secuestros, desapariciones, cobro de piso, etc., son parte de la economía capitalista. Si alguien se imaginó al capitalismo como un cuento de hadas limpio y puro muy su problema. El capitalismo, como bien lo anotó Carlitos Marx, vino al mundo chorreando sangre por todos los poros de su cuerpo. Podemos afirmar que no ha dejado de chorrear sangre y el escenario horrible que vemos en la actualidad lo confirma.

Finalmente, estamos hablando de circulación de mercancías, de grandes capitales, de mercados locales, regionales y mundiales en disputa, rutas comerciales, explotación de fuerza de trabajo. Nada ajeno al capitalismo. Midiendo su colosal dimensión vemos que son el soporte mismo de la economía y su sistema financiero. Al sistema en su conjunto no le interesa acabar consigo mismo, y ahí es donde entra la otra pata fundamental de la violencia: el Estado.

¿Cuál es la relación entre el Estado y las bases de la violencia de este sistema? Más arriba veíamos como ya desde la legitimación y legalización de la relación violenta del capital, es el Estado y sus instituciones quienes velan por la conservación del régimen capitalista de producción. Ese es su carácter de clase y su tarea histórica, y no cuidar al pueblo precisamente. Luego entonces, si el desarrollo real del capitalismo implica, como vemos procesos económicos que tienen consecuencias en la descomposición social, ¿A quién protegerán los cuerpos represivos? No es casual que veamos cómo a pesar de la creciente militarización en el territorio nacional, los llamados cárteles tienen cada vez más presencia y penetración social. No se salvan ni los territorios históricamente militarizados (Oaxaca, Guerreo, Chiapas); al contrario. Así podemos observar caos para el pueblo, pero orden en cuanto a la lógica de acumulación de los grandes capitales y fortunas en este país. Así se incendiar a el país ellos seguirían ganando.

El paramilitarismo es otro fenómeno estatal encubierto que permanece y florece en contubernio con las “fuerzas del orden”, ya que cumplen también algún rol de servicio al Estado: la contrainsurgencia. Fuerzas legales e ilegales del estado mismo garantizan la circulación de mercancías y combaten históricamente la lucha de los pueblos para transformar de fondo la sociedad.

Y finalmente en este recuento de factores de la violencia no se debe perder de vista el papel geopolítico de México. Nuestra economía sigue siendo parte dependiente de la economía imperial, somos parte de su órbita y de sus necesidades. México no ha perdido su carácter de patio trasero, a pesar de que los gobiernos nos quieren lavar el coco y quieren que nos percibamos como “socios”. Como desde los tiempos de las antiguas colonias, las llamadas metrópolis deciden las características de las economías colonizadas: qué producir y qué no, cuánto, cómo, etc. A México, como el “socio” pequeño de América del Norte (el país saqueado en realidad) le corresponde en dicha relación seguir siendo un país maquilador, exportador de recursos naturales, facilitador de circulación de las mercancías para los gringos (corredor transitsmico, por ejemplo), paso y exportación de droga,  expulsión de mano de obra barata “ilegal”, pero con contención de la totalidad de migrantes. Esto ha desencadenado una serie de fenómenos generadores de negocios, violencia y muerte, cuyo terreno es precisamente el patio trasero. Por todas estas razones es por lo que llamamos como OLEP a desenmascarar las verdaderas razones de la violencia en México para no hacernos vanas ilusiones en un sistema cuya naturaleza es violenta de por sí, y estar conscientes de que la lucha consecuente en contra de este fenómeno está relacionada necesariamente a la lucha contra el imperialismo y el capitalismo.

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